jueves, 15 de junio de 2017

La Muerte

Últimamente he pensado mucho en la muerte, en que la vida es una cosa efímera que desaparece sin más ni más, como un cerrar de ojos. He pensado en que se necesita una simple excusa para morir y que asi es, desaparecemos, dejamos de existir.

Poniendome a recordar y analizar en varias ocasiones pude haber muerto y nunca me senti asustada, pero ahora no es asi, estoy realmente asustada, sobrevivir un dia es una lucha para un paciente con cáncer. Me pregunto a que es lo que realmente tengo miedo? a morir? o a dejar de ver a todos los que amo? no lo sé, me he abrumado tanto con estos pensamientos que ya no sé que más hacer, que escribir, como me siento aunque nadie lo lea y esto tal vez quede sólo para mi.

Creo que lo que más me asusta es morir sin hacer todo lo que quiero hacer, pensandolo bien ni yo misma sé que es lo que realmente me asusta, creo que la sociedad te infunde ese miedo a la muerte, el terror a lo desconocido, a  dejar de existir, a desaparecer o a ir a un lugar sin retorno. (11/01/2014)


domingo, 29 de enero de 2017

Mamá, soy esteril

Cuando me estaba preparando para hacer el trasplante, la doctora me informó de todo lo  que podría sucederme una vez que haya empezado el proceso. Recuerdo que me dijo algo como: “Usualmente los pacientes la pasan mal pero tal vez tú la pases peor por tantos años que llevas en tratamiento… no te preocupes, es normal”. Me encanta la manera en la que los doctores dicen cosas que asustan mucho pero terminan sus frases con un “No te preocupes, es normal” para tranquilizarnos. Entre los posibles efectos que mencionó estaba la esterilidad y por supuesto la muerte.  Acepté todos los términos que me pusieron sobre la mesa porque al final de todo, el trasplante era la última carta que me quedaba por jugar. Sí, había la posibilidad de morir, pero de todos modos yo ya estaba muriendo. ¿Por qué no morir luchando? Si moría por lo menos lo habría hecho sabiendo que no me rendí, que mas que sea lo intenté. Por otro lado estaba la posibilidad de vivir y debía intentarlo. Me gusta creer que la razón para todo esto que sucedió fue para que mi familia y yo nos diéramos cuenta de ciertas cosas que antes no podíamos ver, o tal vez no quisimos ver. Muchas personas dicen que mi curación fue un milagro, a mí se me hace un poco incómodo decirlo, pero si nos paramos y observamos mi situación de lejos, ya no habían recursos para mí, los tratamientos no estaban funcionando, la enfermedad empezaba a consumirme, estaba destinada a morir sin darme cuenta, hasta que las puertas se empezaron a abrir lentamente, una a una, para darme una nueva oportunidad y estoy absolutamente segura que fue Él.
De lo que quería escribir en esta publicación es de como estoy afrontando el hecho de ser una mujer estéril a los 22 años. Sé que algunas personas pensarán: “Eso no lo sabes, solo Dios decide” y pienso de esa manera, pero en caso de no serlo, he recibido tantos años de tratamientos con quimioterapia, inmunoterapia, el trasplante, más una cirugía de extirpación de trompa y ovario derechos… que no sería apropiado intentarlo, ya que mis óvulos podrían tener daño severo, las probabilidades son muy altas que no quisiera arriesgarme, no por voluntad propia. 
Antes de la recaída en el año 2012, nunca pensé que algún día querría tener un esposo e hijos, pero una vez que enfermé me di cuenta que quería vivir ese tipo de vida. Desde pequeña siempre tenía la idea de que si algún día decidía tener hijos, serían adoptados. Siempre pensaba en… ¿Para qué traer otro niño al mundo si hay tantos que ya están aquí anhelando un hogar? De todos modos, nunca fue una idea concreta, solo un pensamiento esporádico. Aun no pienso en casarme, ni siquiera ha aparecido el elegido jajaja.
A cierta edad me enamoré de alguien, o por lo menos yo pensaba estarlo, estaba loca por él y aunque fue algo que no duró, él me hizo darme cuenta que quiero ser amada. Que quiero encontrar alguien a quien no le importe que nunca podré darle hijos biológicos. Un hombre que esté enamorado de mi locura, de mi forma de pensar, de mi carácter de mierda. Un hombre que ame cada una de las cicatrices y las marcas que me ha dejado esta lucha de casi ocho años. Un hombre que solo quiera bailar conmigo aunque no sepa cómo bailar. Y lo más importante un hombre que me escuche, que comparta conmigo sus ideas, sus proyectos, que piense que mi opinión es importante, que me respete. Un hombre que me ame con todas mis virtudes y con todos mis defectos. Un hombre para que cada vez que peleemos, sepamos resolverlo… juntos. Un hombre con quien madurar, con quien crecer y que cuando lleguemos a los 70 años tome mi mano para cruzar la calle porque sabe que nunca aprendí bien cómo hacerlo.

No me siento incompleta, no me siento menos que ninguna otra mujer. El hecho de saber que nunca podré quedar embarazada, sí, se siente raro porque al final de todo el embarazo es algo que las personas ven como algo natural que todas las mujeres pueden llevar, aunque no sea así. Siento que soy muchísimo más, estoy segura que las personas pueden ver claramente todo lo que soy y lo que puedo hacer en lugar de enfrascarse en lo que no. Sé que no fui a una verdadera guerra, pero soy una sobreviviente. Yo sobreviví porque Dios quiso que así sea, porque aunque hubieron miles de momentos en los que quería cerrar los ojos y dejarme ir, no lo hice. Ya lo dije una vez y lo vuelvo a decir: Yo no sé cómo rendirme, me gusta demasiado vivir.  
Con cabello
        
Agregar leyenda
Sin cabello

sábado, 31 de diciembre de 2016

Se acabó el 2016... por fín.

No sé cómo empezar, no sé ni siquiera que decir. Este año 2016 ha sido un año realmente difícil para mí y mi familia. Los primeros días del año llegué a Roma, una ciudad ubicada al otro lado del mundo y con habitantes maravillosos que hablan un idioma diferente al mío. No sabía qué me depararía el futuro, no sabía que sería tan feliz, tan miserable y soportaría tanto dolor en un solo año. No sabía que estaría tres veces al borde de la muerte y no sabía que mi alma sentiría tanta amargura al perder a una amiga. No sabía que me diagnosticarían “Ansiedad por estrés postraumático” ni que me darían ataques de pánico todos los días durante meses. No sabía que habría días en los que me iba a sentir derrotada, frustrada y fea. No sabía que mi enfermedad me haría sentir tan humillada y totalmente dependiente de otras personas. No sabía que habría días en los que querría gritar, en los que querría morir, en los que rogaría por vivir un poquito más. No sabía que conocería a una doctora que iría a la tumba de San Pablo a rezar y hacer una promesa para que yo salga de reanimación y no muera. No sabía que me sucederían todas estas cosas, pero había algo que siempre supe, que sobreviviría.
Fue muy duro dejar todo lo que conocía como normal para emprender una aventura hacia lo desconocido. La leucemia hizo que deje la universidad, mi país, mis amigos y a mi familia… aunque debo admitir que Roma fue buena conmigo, cada una de las personas que conocí me trató bien, me hizo sentir importante y especial para ellos. Doctores, enfermeros, auxiliares de limpieza, cajeros, voluntarios y compañeras de habitación, todos. En el hospital de hematología la mayoría de las personas se conocen, debemos pasar tanto tiempo ahí que terminas haciendo amistad con todos. Creo que como llevan años trabajando ahí y viendo todo tipo de casos saben cómo tratarte… como la persona normal que eres. No hay miradas compasivas, no hay pena en sus ojos. Recuerdo un día que fui al hospital, tenía mucho dolor de espalda y mis movimientos eran limitados. Tuve que recostarme en una camilla y cuando debía levantarme el dolor era muy fuerte que no podía. Empecé a llorar desesperada por el dolor, la frustración y el miedo. Cristina, la enfermera me abrazó y me dijo: “No puedes seguir así, debes ser fuerte. No te puedes rendir, ya hiciste el trasplante y saliste de ahí. Carolí, ya pasaste todo lo más difícil, debes resistir, la recuperación es lenta pero lo vas a lograr. He visto pacientes en peores condiciones que tú y los he visto recuperarse porque son fuertes como un tigre, tu eres igual de fuerte, vamos”. La manera en la que me habló, fue tan dulce y dura a la vez que hizo que de alguna manera reaccionara, no podía tirar a la basura todo lo que logré en esos meses solo porque empezaba a sentirme cansada, no me lo iba a permitir.
Las mujeres que fueron mis compañeras de habitación siempre mantenían contacto conmigo por celular, en especial Daniela. Sé que de alguna manera me sigue cuidando porque he soñado con ella varias veces. En mis sueños sé que ya no está viva, pero sé que gracias a que he escrito sobre ella puede vivir en mis textos porque más personas saben quién y lo especial que fue. Los enfermeros compartían un poco de su vida conmigo. Me mostraban fotos de sus familias, me contaban alguna anécdota. Giuseppe estaba esperando a su segundo hijo y cuando nació, envió a un compañero de trabajo a decirme: “Giuseppe quiere que te diga que ya eres tía, ya nació Dieguito”, otro día en cambio me llevó a Francesco (su primer hijo) para que lo conozca. Aunque estaba siempre dentro de cuatro paredes de alguna forma me hacían sentir parte de la sociedad.  
Una vez que salí del hospital tenía que regresar muy seguido a la sala de terapia porque necesitaba recibir transfusiones sanguíneas o de plaquetas. Ahí conocí a muchas personas que en su mayoría tenían más de 50 años de edad. Había una mujer que mientras recibía sus quimioterapias sacaba su cuaderno de dibujo para pasar el tiempo, era una mujer mayor de cabello corto y blanco, con los labios pintados de rojo y una sonrisa radiante. Un día me senté junto a ella y empezamos a hablar, quise saber qué parte de su historia había sido la más difícil de afrontar. Me respondió: - “Cara mia, lo más difícil para mí fue ver mi cabello caer. Desde que empezó a caer compré esta peluca que llevo puesta”. – “¿Es una peluca?” – “Sí, no me la quito nunca, solo cuando voy a ducharme, incluso duermo con ella. Mi marido nunca me ha visto sin cabello y no quiero que lo haga. No me miro al espejo cuando no la llevo puesta”. No supe que decir, estaba en shock. Nunca había escuchado que alguien dijera algo así. Quería decirle estas viva, estas radiante, eres muy guapa ¿Cómo puedes dejarte afectar tanto por el cabello que a la final volverá a crecer?, no dije nada, no pude. Solo dije –“Mírame tengo cara de luna y no me importa, ya se va a quitar”. Y se rió. La he visto varias veces en el hospital, siempre está con su esposo. El señor pasa horas en la sala de espera mientras ella recibe su tratamiento. Cuando sale… la abraza, le da un beso en la mejilla y la ayuda a ponerse su abrigo. Supongo que siempre  está junto a ella porque tiempo atrás juraron amarse en la salud y en la enfermedad.    

Ahora que estoy relativamente bien podría pensar que la vida ha sido muy difícil, podría sentarme en un rincón a llorar y lamentarme de todo lo que sucedió durante este año, pero no puedo. Es verdad que todo fue muy duro, no solo para mí sino también para las personas que vivieron conmigo toda esta experiencia, sin embargo, la verdadera realidad es que ganaron los buenos momentos, las bendiciones y el amor. Quisiera olvidar todo el dolor que algún día sentí y dejar atrás toda esta historia de medicinas, quimioterapias y trasplante, pero es imposible. No puedo y no debo. Quiero convertirme en alguien que ayude a las demás personas que están pasando por situaciones parecidas a que lo puedan superar. Quiero que sepan que en este mundo existe alguien que a pesar de que las probabilidades estaban en su contra, lo logró.          

domingo, 23 de octubre de 2016

El trasplante

Después de la muerte de Daniela y Ricardo, desperté a la verdadera realidad de la vida. Ricardo era un muchacho que conocí en el tercer piso al igual que mi Daniela, un día durante los chequeos simplemente nos hablamos, él siempre estaba junto a su madre. Todos aquí tratan de darte palabras de apoyo para que puedas continuar. Te entienden, saben lo duro por lo que estas pasando porque ellos lo están viviendo contigo. La última vez que vi a Ricardo, tal vez fue un mes antes de que me dieran de alta en el hospital. Me dijo “¡Carolina! ¿Come stai?” y como me estaban regresando a mi habitación en la silla de ruedas solo alcancé a decir “¡Ricardo! Sto bene” y me lanzó un beso. Lo siguiente que supe de él por su madre, con quien siempre nos encontrábamos en mis visitas al hospital, es que estaba muy fuerte y decidido, que ella estaría con él todo el tiempo porque se veía que es una madre amorosa que estaba dispuesta a luchar hasta el final para que su hijo viviera toda la vida que tenía por vivir, pero no. Su cáncer fue más fuerte que él y terminó apagando su sonrisa. 
No sé si es una característica buena o mala la mía, pero cada una de las veces que estuve al borde de la muerte (cosa que me vine a dar cuenta en estos días) nunca pensé que moriría. En mi cabeza, sí, estaba mal, pero era algo que los doctores solucionarían, algo que suele suceder y que con la medicina me sacarían rápidamente. Sentía que solo debería esperar unos días para que el dolor se fuera y me sintiera mejor… pero pudo no ser así.
Cuando llegué a la habitación número 5 del cuarto piso, me sentía fuerte, decidida, lista para enfrentar y aguantar cualquier cosa que venga. Me dije a mi misma “Máximo serán unos dos meses aquí… considerando alguna complicación por tantos años de tratamiento”; había una bicicleta estática en la habitación, así que pensé en que cuando me sintiera mejor empezaría a hacer ejercicio (jajaj que ilusa). No entiendo por qué pensé que el trasplante sería algo parecido a un ciclo de quimioterapia de los que he hecho antes: 1) Quimio 2) Valores bajos 3) Valores suben 4) Posible infección 5) Listo. –-Bullshit- Ahora que estoy fuera del hospital y estoy todavía luchando por solucionar uno de los efectos colaterales con el que quedé después del trasplante (cistitis hemorrágica), me di cuenta que hacer este procedimiento resulta distinto para cada paciente, no se puede predecir su reacción y cuanto tiempo tardará en recuperarse.
Me hicieron el trasplante el 29 de marzo. Una semana después, empecé a sentir los estragos: vomitaba todo el tiempo, no podía comer nada, la piel se oscureció como si me hubiese quemado, sentía dolor en el estómago todo el tiempo, era horrible. Aun así, yo seguía diciéndome: “Va a pasar, va a pasar. En un par de semanas esto va a pasar”. El 18 de abril (el cumpleaños de mi mamá) me dijeron que las células habían empezado a salir y que tenía 100 maravillosos glóbulos blancos. Le escribí un mensaje diciendo “Las células empezaron a salir, este es mi regalo. Feliz cumpleaños mami”. Eso significaba que las células de mi hermana habían pegado. Así, día a día iban aumentando y yo estaba realmente feliz. No me había dado fiebre y yo estaba segura que una vez que llegaran a valores normales saldría de esa habitación y todo habría acabado. -¡Bullshit!-
Una vez que los valores empezaban a alcanzar parámetros aceptables, empezaron las verdaderas complicaciones. Mis intestinos se paralizaron, no podía ir al baño. El dolor abdominal no cesaba nunca. Empecé a dormir muy pocas horas en la noche debido al dolor. Como no podía comer porque mi estómago no aguantaba nada dentro, me mantenían con alimentación parenteral.  Luego, un día empecé a ver sangre en mi orina.
Antes de empezar con el trasplante, los doctores me dijeron todas las posibles complicaciones durante este procedimiento, además de que una vez que me instalé en la habitación me entregaron un paquete de hojas con descripciones de todas las medicinas que iban a utilizar en la semana de quimioterapias y los posibles efectos de cada una de ellas. Yo empecé a leer, pero cuando llegué a la parte de “Puede provocar cistitis, en este caso se coloca un catéter vesical” dejé de hacerlo. No entiendo por qué tenía tanto miedo al catéter vesical si nunca me habían puesto uno. Dejé los papeles en el cajón y decidí que no me atormentaría con los “posibles” efectos porque tal vez no me pasaría a mí. -¡Bullshit!
Empecé a vivir con dolor en los intestinos y en la vejiga. Me hacían lavado vesical (cistoclisis) y con cada coagulo que salía sentía un dolor horrible. Mi vida se había convertido en soportar dolor día y noche, sin embargo, continuaba diciéndome “Esto va a pasar”. Constantemente le decía a Ana “Quiero que llegue el día en el que te diga “¿Te acuerdas cuando el dolor era horrible?, que lámpara” pero pasaban las semanas y el día no llegaba. Una noche mientras mi mamá me acompañaba, empecé a sentir más dolor del que había sentido antes. No podía soportarlo, me quería morir. Quería que de alguna manera parara, quería que apareciera un botón mágico que acabara con mi vida porque no podía más. Estaba cansada, era insoportable. El dolor era tanto que empecé a delirar, a llorar y a gritar. Recuerdo que me golpeaba la cabeza y hablaba y hablaba “El dolor no pasa, el dolor no pasa, mami el dolor no pasa, mami ¿por qué no pasa?” incluso hice una canción con esa frase. Le rogaba a Giuseppe que me pusiera más antidoloríficos pero hay reglas para la administración. Él seguía ahí conmigo esperando a que hagan efecto. Yo lloraba y le decía “¿Dime por qué tengo que pasar por esto? Yo no le he hecho nada malo a nadie, de verdad soy una buena persona.” Él tenía mi mano, me la besaba, me besaba la frente y con lágrimas en los ojos me decía “No te puedes rendir Carolina, no te puedes dejar morir, va a pasar, va a pasar, vas a ver piccola.” Y pasó.  
Una mañana, Giusseppe y Sabrina entraron a mi habitación a cambiar las sábanas, aproveché para que me desconectaran los sueros y la bolsa de la cistoclisis para asearme. Ana estaba conmigo. Me levanté de la cama y de repente todo empezó a tornarse negro, me senté rápidamente. En la silla sentí que perdía el control de mi cuerpo y lo que puedo recordar es a Sabrina diciéndome “Carolina alza la cabeza, no mires abajo, alza la cabeza”, me ayudaron a levantarme para meterme a la cama otra vez, debí haberme desmayado un par de segundos porque todo se puso negro y luego reaccioné. Tengo pocos recuerdos de esos días, entre lo poco que recuerdo es haber sentido muchísimo dolor. Sentía dolor en la espalda y luego en el pecho. Era demasiado para mí, sentía que no lo podía soportar, pero gracias a Dios y los investigadores de la ciencia existe la morfina, bendita morfina jajaj. Me pusieron una máscara de oxígeno que me apretaba la cara horrible, intentaba aflojarla pero las enfermeras no me dejaban y tampoco me entendían cuando quería decirles que me dolía, seguía demasiado drogada como para articular oraciones con sentido y peor en italiano. Me había dado neumonía.
Hace unos días hablé con Ana de lo que pasó durante los días en los que estaba bajo los efectos de la morfina, ella dijo que me veía tan mal que pensó que moriría. Me contó que sostenía su mano y le decía “Voy a salir de esto ¿verdad?, puedo hacerlo, puedo hacerlo.” Me recuperé en 6 días. El 11 de agosto salí del hospital, aun no estoy totalmente recuperada. Estoy débil, necesito ayuda para hacer muchas cosas, pero tengo a mi mamá y a mi hermana que siempre están junto a mí. Ha sido duro, ha sido la cosa más difícil de mi vida, pero pasará…acabará. Nunca tuve miedo a sentir dolor, pero ahora tengo ataques de pánico cuando me empiezo a sentir mal, tengo miedo todo el tiempo, quiero que acabe, quiero volver a ser una persona normal e independiente. Sé que todo es un proceso, sé que prácticamente fui reseteada y mi cuerpo debe tomarse un poco de tiempo para poder adaptarse a los cambios y a recuperarse de todas las medicinas que me fueron administradas y las que me siguen administrando. Sé que un día le diré a alguien “No puedo creer que haya pasado por todo eso y que ahora sea solo un recuerdo, que lámpara.” Y seré feliz otra vez. 

domingo, 21 de agosto de 2016

Daniela


Daniela fue (me duele tanto escribir esa palabra horrible: "fue", que asco, que fastidio, que dolor) mi segunda compañera de habitación en el tercer piso. Ella me enseñó a ser más fuerte, más positiva, a divertirme más. Ella era mi mamá del hospital. Una mamá tan divertida que hizo que mi estadía ahí no fuese un martirio. Jugábamos, molestábamos a los enfermeros, cantábamos canciones de Laura Pausini... estoy segura que todos los demás pacientes en el piso nos escuchaban y sabían que eramos nosotras. 

Daniela siempre cuidó de mi, cuando tuve fiebre refrescaba las toallas para ponerlas igual a como lo hacía mi mamá en las horas de visita, me ayudaba a cargar la bolsa donde estaba la bomba de infusión de la inmunoterapia porque yo no tenía las fuerzas para hacerlo... ella cuidaba de mi, siempre cuidó de mi y estoy segura que desde el cielo seguirá cuidando de mi. 

Cuando conocí a Daniela, yo estaba muy drogada (para calmar el dolor) y recuerdo que lo primero que le dije fue que ella era mi medicina ya que el dolor se había ido cuando ella había llegado. Desde ahí, a cada enfermero/a que entraba a la habitación le hacía escucharme decir que ella era mi medicina y lo era... lo es. Me llamaba marmottina porque dormía todo el tiempo debido a los antidolorificos. Me decía imbranata cuando hacía alguna tontería. Me enseñaba palabras en italiano, me corregía cuando las decía mal, hablábamos de hombres y de la vida. 
Es cierto, compartí con ella poco tiempo pero ¿cuánto tiempo necesitas para querer a una persona? Basta un segundo, basta una sonrisa, basta un acto de amor para que esa persona se vuelva especial para ti. En todo este tiempo mantuvimos contacto por teléfono, ella seguía luchando con sus ciclos de quimioterapia (en el tercer piso) y yo seguía con mi lucha en el cuarto piso (el de trasplante). Siempre nos enviábamos mensajes de texto para darnos apoyo mutuamente, cosas como: "Si tu stai bene, io sto bene" "Devi stare forte", "Vedrai che va tutto bene", "Bisogna essere fiduciosi e sorridere sempre", "ti voglio tanto bene e spero di abbracciarti presto", estos mensajes me mantenían fuerte porque sabía que ella estaba pendiente de mi aunque no pudiera verme.
Me duele tanto el corazón porque ella y yo teníamos muchos planes -"Ya saldremos a pasear por toda Roma cuando ambas estemos bien"; "Tienes que venir a mi casa para hacerte una verdadera lasagna"; "Las próximas vacaciones todos iremos a Ecuador"; "Cuando salgas haremos pijamadas". Esta es la segunda vez en mi vida que he llorado tanto por alguien que ha muerto, la primera por mi abuelito Abel y ahora por ella. Me prometí a mi misma que solo me daré un par de días para llorarla, pero de ahí en adelante la recordaré como la persona que fue y lo que trajo a mi vida. No voy a deprimirme, no puedo hacerlo, de todos modos ella no merece que al recordarla las personas se pongan tristes. Daniela era una fuerza de la naturaleza y estoy segura que todos aquellos que la conocieron tienen recuerdos hermosos de ella. Esta es mi manera de despedirme de ella porque no tuve la oportunidad de hacerlo, sé que ella seguirá en mi corazón por el resto de mi vida. Ti voglio tanto bene mamma Daniela.

sábado, 19 de marzo de 2016

Esta es mi vida normal

A veces tengo conversaciones conmigo misma, es como si pudiera dividirme y hacer que una parte de mi me escuche mientras la otra habla. Una vez leí que las personas que hacían esto podían mantenerse cuerdas en momentos de angustia. Me digo exactamente como me siento, soy la única persona que escucha hasta el más profundo de mis pensamientos, soy mi propia psicóloga. A veces también imagino que hablo de todo lo que siento con alguien externo, alguien que haya conocido previamente. A veces me encuentro hablando sola mientras me baño, o descanso, o cuando despierto a las tres de la mañana sin razón. Ayer ingresé nuevamente al hospital para empezar el proceso de preparación para el trasplante y tengo la ligera impresión de que durante este largo periodo (aproximadamente 45 días) en los que la mayoría del tiempo pasaré totalmente sola, tendré muchas más conversaciones así.
En algunos de mis publicaciones previas he estado diciendo que no puedo esperar a recuperar mi vida, que pronto todo esto terminará y volveré a ser alguien normal, pero luego de pensarlo bien y de hablar con uno de los hombres que considero uno de mis mejores amigos, me di cuenta que esta ha sido siempre mi vida. Que no hay una vida “normal” a la que regresar. Que una vez que me den el alta de este hospital, después de haber sobrevivido, continuaré la vida que hice a base de todo lo que aprendí en estos largos años llenos de dolor y felicidad. ¿Pero… qué aprendí? He aprendido a ser feliz en medio de las tormentas, he aprendido que no importa que tan fuerte golpee el viento en tu cara y te haga sentir que no te deja respirar, solo que hay que aguantar un poquito más, he aprendido, que, si cierras los ojos y sigues caminando hacia adelante, la tormenta eventualmente cesará. Que el dolor es temporal y que cada cosa que pasa en la vida es una fase de la cual aprender, que esta nos ayuda a conocernos más, a darnos cuenta de todo aquello que podemos lograr o de lo que no.  A pesar de estar en una habitación de hospital, dos de los tres meses que van de este año, me siento más viva que nunca. Siento que hay una puerta abierta en mi vida, que espero que cuando la cruce me convierta en una persona sana. Sé que será difícil, sé que la pasaré muy mal, sé que habrán infecciones y mucho dolor, pero también sé que soy una mujer fuerte y que podré resistir. Sé que lloraré y que me frustraré, sé que llegará un momento en el que querré gritar y rogar para que todo esto pare, pero sé que no servirá de nada porque una vez que empiece no hay vuelta atrás. De todos modos, no quiero ir vuelta atrás. He esperado tanto por este momento, el trasplante es la última carta que tengo para ganar y no la puedo desperdiciar.

Antes de terminar esta publicación quiero decir que desde pequeña he admirado a Frida Kahlo, no tanto por sus pinturas, pero por la manera artística de expresarse con palabras. Las cartas que le escribió a su esposo Diego Rivera desbordan sentimientos conflictivos, el amor y el odio encontrados en un solo corazón y ambos a causa de él. Siempre admiré la valentía con la que ella vivió, imponiendo sus ideas, imponiendo su actitud y personalidad en un tiempo en el que no se aceptaba ese tipo de cosas de las mujeres. Una parte de mí se siente identificada con ella, porque ambas hemos pasado por una etapa de nuestras vidas que estuvo llena de dolor y que nos hizo descubrir algo en lo que somos buenas, ella con sus pinturas y yo con la escritura. Ella dijo una vez “No reniego de mi naturaleza, no reniego de mis elecciones, de todos modos he sido una afortunada. Muchas veces en el dolor se encuentran los placeres más profundos, las verdades más complejas, la felicidad más certera. Tan absurdo y fugaz es nuestro paso por el mundo, que solo me deja tranquila el saber que he sido auténtica, que he logrado ser lo más parecido a mí misma que he podido.” Y eso es lo que trato, ser la persona más fiel a mí misma que puedo llegar a ser. 

domingo, 21 de febrero de 2016

Las compañeras de habitación


Esta es la primera noche de mi vida en la que pasaré sola en un hospital, en Ecuador siempre he estado acompañada de alguien  de mi familia y aquí en Roma he tenido 2 maravillosas compañeras de habitación que han cuidado de mi todo este tiempo, pero hoy estoy sola y se siente un poco extraño. 
Antonella, mi primera compañera de habitación representó un círculo totalmente nuevo de conocimiento para mi. Ella fue la primera persona que pude observar desde muy cerca estar enferma; ella no tiene mi misma enfermedad, pero al final de todo, estamos bajo una misma categoría: Ambas tenemos cáncer. Recuerdo que en una ocasión, se despertó en medio de la noche, la taquicardia y la presión en el pecho eran síntomas nuevos para ella. Se notaba asustada y débil. He sentido lo mismo que ella en algún momento de mi vida, pero ver la expresión de miedo en otra persona es distinto. Sabía exactamente como se sentía pero no podía hacer nada.  Doctores y enfermeros vinieron a tranquilizarla. Tomó un calmante y durmió tranquila, mas a mi se me cortó el sueño, estaba en shock. Antonella y yo hablábamos de la vida, en mi italiano rasgado ella me entendía.  Me gustaba tenerla de compañera de habitación, siempre traté de darle fuerza para que soporte esta larga y dura aventura que apenas está iniciando, espero que mis palabras le hayan llegado de alguna forma y que ella esté tranquila de ahora en adelante. Quiero que ella se recupere y que vea crecer a sus pequeños hijos a los que ama tanto, quiero que envejezca junto a Alessandro, su único y verdadero amor, como ella lo llamó una vez. Quiero para ella una vida larga y feliz. 
Cuando Antonella se fue a casa, me trajeron una nueva compañera de habitación. En ese día casualmente estaba bajo los efectos del antidolorifico y cuando ella llegó le dije que ella había sido mi medicina, que su presencia me había quitado el dolor. Daniela, wow, no sé cómo describir a Daniela. Ella es una fuerza de la naturaleza propiamente, una mujer que no sólo es bella por fuera, también lo es por dentro, alguien con quien disfrutas cada momento y si no está, te hace falta. Te vuelves adicto a su compañía, a sus bromas y a su locura. He jugado, cantado, bromeado, aprendido nuevas palabras junto a ella y ni que se diga cuanto he reído. Incluso han dicho que nuestra habitación es el manicomio del tercer piso jajaja. Eramos las más ruidosas de este piso, cada vez que un enfermero entraba gritabamos “BUON GIORNOOOOO”, cada mañana abría las cortinas y decía “BUON GIORNO MONDO”, cada noche al cerrarlas decía “BUONA NOTTE”, pusieron demasiada locura en un solo lugar. La energía que desborda de ella te contagia, quieres estar feliz porque ella está feliz. Siempre positiva, siempre paciente, siempre alegre. Como yo, ella ha aceptado que esto es solo una etapa que debemos superar, una pequeña pausa en nuestras vidas. Daniela es mi medicina y yo soy su marmota (sobrenombre que me gané porque cuando me conoció estaba muy drogada por el dolor y pasaba durmiendo noche y día)
Mamma Daniela me cuidó todas las noches que estuve mal, comencé la inmunoterapia el lunes 15 de febrero y debo decir que me hizo pedazos. Siempre en las noches comenzaban los peores síntomas y ella estaba ahí pendiente de mi, cambiandome la toalla con agua fresca para descender la fiebre, preguntando siempre como estoy, ayudándome a ir al baño porque estaba muy debil para levantarme sola. Creo que no durmió bien 3 noches por mi culpa. Son esas grandes cosas las que hacen a las personas importantes para ti, que hacen que se queden en tu corazón para siempre. Estoy feliz porque ella está en casa con sus hijas y su nieta pero también estoy triste porque no está conmigo y me hace mucha falta. 
No me voy a cansar de decir que soy demasiado bendecida por todas las personas que aparecen en mi vida porque la llenan de alegría un poco más. Estoy segura que Daniela está frustrada porque no entiende un carajo de lo que he escrito pero sé que hará que Francesca (su hija) se lo traduzca. Ti voglio un mondo Daniela! <3 
Ps: Desde que se fue Daniela, cada mañana al despertar digo en mi mente "Buongiorno mondo"