A veces tengo conversaciones
conmigo misma, es como si pudiera dividirme y hacer que una parte de mi me
escuche mientras la otra habla. Una vez leí que las personas que hacían esto
podían mantenerse cuerdas en momentos de angustia. Me digo exactamente como me
siento, soy la única persona que escucha hasta el más profundo de mis
pensamientos, soy mi propia psicóloga. A veces también imagino que hablo de
todo lo que siento con alguien externo, alguien que haya conocido previamente.
A veces me encuentro hablando sola mientras me baño, o descanso, o cuando
despierto a las tres de la mañana sin razón. Ayer ingresé nuevamente al
hospital para empezar el proceso de preparación para el trasplante y tengo la
ligera impresión de que durante este largo periodo (aproximadamente 45 días) en
los que la mayoría del tiempo pasaré totalmente sola, tendré muchas más
conversaciones así.
En algunos de mis publicaciones
previas he estado diciendo que no puedo esperar a recuperar mi vida, que pronto
todo esto terminará y volveré a ser alguien normal, pero luego de pensarlo bien
y de hablar con uno de los hombres que considero uno de mis mejores amigos, me
di cuenta que esta ha sido siempre mi vida. Que no hay una vida “normal” a la
que regresar. Que una vez que me den el alta de este hospital, después de haber
sobrevivido, continuaré la vida que hice a base de todo lo que aprendí en estos
largos años llenos de dolor y felicidad. ¿Pero… qué aprendí? He aprendido a ser
feliz en medio de las tormentas, he aprendido que no importa que tan fuerte
golpee el viento en tu cara y te haga sentir que no te deja respirar, solo que
hay que aguantar un poquito más, he aprendido, que, si cierras los ojos y
sigues caminando hacia adelante, la tormenta eventualmente cesará. Que el dolor
es temporal y que cada cosa que pasa en la vida es una fase de la cual
aprender, que esta nos ayuda a conocernos más, a darnos cuenta de todo aquello
que podemos lograr o de lo que no. A
pesar de estar en una habitación de hospital, dos de los tres meses que van de
este año, me siento más viva que nunca. Siento que hay una puerta abierta en mi
vida, que espero que cuando la cruce me convierta en una persona sana. Sé que
será difícil, sé que la pasaré muy mal, sé que habrán infecciones y mucho
dolor, pero también sé que soy una mujer fuerte y que podré resistir. Sé que
lloraré y que me frustraré, sé que llegará un momento en el que querré gritar y
rogar para que todo esto pare, pero sé que no servirá de nada porque una vez
que empiece no hay vuelta atrás. De todos modos, no quiero ir vuelta atrás. He
esperado tanto por este momento, el trasplante es la última carta que tengo
para ganar y no la puedo desperdiciar.
Antes de terminar esta
publicación quiero decir que desde pequeña he admirado a Frida Kahlo, no tanto
por sus pinturas, pero por la manera artística de expresarse con palabras. Las
cartas que le escribió a su esposo Diego Rivera desbordan sentimientos
conflictivos, el amor y el odio encontrados en un solo corazón y ambos a causa
de él. Siempre admiré la valentía con la que ella vivió, imponiendo sus ideas,
imponiendo su actitud y personalidad en un tiempo en el que no se aceptaba ese
tipo de cosas de las mujeres. Una parte de mí se siente identificada con ella,
porque ambas hemos pasado por una etapa de nuestras vidas que estuvo llena de
dolor y que nos hizo descubrir algo en lo que somos buenas, ella con sus
pinturas y yo con la escritura. Ella dijo una vez “No reniego de mi naturaleza, no reniego de mis elecciones, de
todos modos he sido una afortunada. Muchas veces en el dolor se encuentran los
placeres más profundos, las verdades más complejas, la felicidad más certera.
Tan absurdo y fugaz es nuestro paso por el mundo, que solo me deja tranquila el
saber que he sido auténtica, que he logrado ser lo más parecido a mí misma que
he podido.” Y eso es lo que trato, ser la persona más fiel a mí misma que puedo
llegar a ser.