Cuando me estaba preparando para hacer el trasplante, la
doctora me informó de todo lo que podría
sucederme una vez que haya empezado el proceso. Recuerdo que me dijo algo como:
“Usualmente los pacientes la pasan mal pero tal vez tú la pases peor por tantos
años que llevas en tratamiento… no te preocupes, es normal”. Me encanta la
manera en la que los doctores dicen cosas que asustan mucho pero terminan sus
frases con un “No te preocupes, es normal” para tranquilizarnos. Entre los posibles
efectos que mencionó estaba la esterilidad y por supuesto la muerte. Acepté todos los términos que me pusieron
sobre la mesa porque al final de todo, el trasplante era la última carta que me
quedaba por jugar. Sí, había la posibilidad de morir, pero de todos modos yo ya
estaba muriendo. ¿Por qué no morir luchando? Si moría por lo menos lo habría
hecho sabiendo que no me rendí, que mas que sea lo intenté. Por otro lado
estaba la posibilidad de vivir y debía intentarlo. Me gusta creer que la razón
para todo esto que sucedió fue para que mi familia y yo nos diéramos cuenta de
ciertas cosas que antes no podíamos ver, o tal vez no quisimos ver. Muchas
personas dicen que mi curación fue un milagro, a mí se me hace un poco incómodo
decirlo, pero si nos paramos y observamos mi situación de lejos, ya no habían
recursos para mí, los tratamientos no estaban funcionando, la enfermedad
empezaba a consumirme, estaba destinada a morir sin darme cuenta, hasta que las
puertas se empezaron a abrir lentamente, una a una, para darme una nueva
oportunidad y estoy absolutamente segura que fue Él.
De lo que quería escribir en esta publicación es de como
estoy afrontando el hecho de ser una mujer estéril a los 22 años. Sé que
algunas personas pensarán: “Eso no lo sabes, solo Dios decide” y pienso de esa
manera, pero en caso de no serlo, he recibido tantos años de tratamientos con
quimioterapia, inmunoterapia, el trasplante, más una cirugía de extirpación de
trompa y ovario derechos… que no sería apropiado intentarlo, ya que mis óvulos
podrían tener daño severo, las probabilidades son muy altas que no quisiera
arriesgarme, no por voluntad propia.
Antes de la recaída en el año 2012, nunca pensé que algún
día querría tener un esposo e hijos, pero una vez que enfermé me di cuenta que quería
vivir ese tipo de vida. Desde pequeña siempre tenía la idea de que si algún día
decidía tener hijos, serían adoptados. Siempre pensaba en… ¿Para qué traer otro
niño al mundo si hay tantos que ya están aquí anhelando un hogar? De todos modos,
nunca fue una idea concreta, solo un pensamiento esporádico. Aun no pienso en
casarme, ni siquiera ha aparecido el elegido jajaja.
A cierta edad me enamoré de alguien, o por lo menos yo
pensaba estarlo, estaba loca por él y aunque fue algo que no duró, él me hizo
darme cuenta que quiero ser amada. Que quiero encontrar alguien a quien no le
importe que nunca podré darle hijos biológicos. Un hombre que esté enamorado de
mi locura, de mi forma de pensar, de mi carácter de mierda. Un hombre que ame
cada una de las cicatrices y las marcas que me ha dejado esta lucha de casi
ocho años. Un hombre que solo quiera bailar conmigo aunque no sepa cómo bailar.
Y lo más importante un hombre que me escuche, que comparta conmigo sus ideas,
sus proyectos, que piense que mi opinión es importante, que me respete. Un
hombre que me ame con todas mis virtudes y con todos mis defectos. Un hombre
para que cada vez que peleemos, sepamos resolverlo… juntos. Un hombre con quien
madurar, con quien crecer y que cuando lleguemos a los 70 años tome mi mano
para cruzar la calle porque sabe que nunca aprendí bien cómo hacerlo.
No me siento incompleta, no me siento menos que ninguna otra
mujer. El hecho de saber que nunca podré quedar embarazada, sí, se siente raro
porque al final de todo el embarazo es algo que las personas ven como algo
natural que todas las mujeres pueden llevar, aunque no sea así. Siento que soy
muchísimo más, estoy segura que las personas pueden ver claramente todo lo que
soy y lo que puedo hacer en lugar de enfrascarse en lo que no. Sé que no fui a
una verdadera guerra, pero soy una sobreviviente. Yo sobreviví porque Dios
quiso que así sea, porque aunque hubieron miles de momentos en los que quería
cerrar los ojos y dejarme ir, no lo hice. Ya lo dije una vez y lo vuelvo a
decir: Yo no sé cómo rendirme, me gusta demasiado vivir.
Con cabello
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Sin cabello |